En el reflejo de mi padre

Me veo en el reflejo de mi padre. Dicen que es lo que pasa cuando te haces mayor, pero yo siempre lo he visto, me parezco a él en tantas cosas… En gran medida, en lo mejor de mi mismo. Quizás pensar en esto tenga que ver con ese único parpadeo del que escribí hace poco.
Veo el tiempo derramado desde los años olvidados. Mis padres se casaron cuando él tenía mi edad; se llevaban casi 20 años. Un tiempo que no existió porque mi padre siempre pensó que era un niño. En cierto modo, siempre lo fue. Lo sigue siendo. Para bien y para mal. Para soñar e imaginar el mundo sin acabar de pisarlo, saltando con fuerza sobre él, con una personalidad arrolladora y un optimismo inusitado; para soñar e imaginar el mundo sin querer pisarlo, sin querer entrar en lo vulgar diario. Quién iba a decir que su joven esposa no le sobreviviría, que estaría sentado en su butaca sin recordar sus aventuras ni Dios sabe qué, pero con el mismo optimismo inusitado que le impide pisar lo vulgar de la enfermedad o la melancolía.
Aprendí su optimismo, tuve la suerte de heredar su pasión, pero no he logrado deshacerme de la melancolía. Le echo de menos. No suelo pensar en eso, no suelo permitirme mirar al pasado, pero echo de menos los años en los que nuestra pequeña familia no se había roto en pedazos. Con el aventurero perdido, su joven esposa muerta, un hijo tratando de salir de su enfermedad… y el otro, yo… en fin, saltando sobre el mundo, soñándolo e imaginándolo con el mismo optimismo de mi padre, tratando de pisarlo con la ayuda de mi joven esposa para no acabar hecho pedazos.
No sé por qué he escrito esto hoy; quizás llevaba mucho tiempo de espera sin que yo escuchará su aleteo. Tiemblo al hacerlo y trato de recobrar el tiempo perdido, el de San Sebastián, el de… Pienso en un tiempo que se acabó, en una forma de ver el mundo que ya no existe, en la imagen anacrónica de una familia a la que pertenezco, aunque me resista; pienso en un mundo que ha desaparecido o que habita en los márgenes de una nueva sociedad a la que no se supo adaptar. Ni quiso hacerlo.
Aquí estoy, bailando entre dos mundos, recogiendo las lágrimas con la sonrisa alegre. Todo es uno; todo es lo mismo y cada recoveco encuentra un universo propio preñado de un tiempo perdido. Así es, también le debo la lectura de Proust a mis padres.
No sé si alguien leerá estas líneas. Y por una vez, no me importa. Hoy escribo para quien ya no puede leer.
Me has hecho llorar…… no tengo palabras, solo admiración y un enorme cariño para esa familia que sigue existiendo en mi corazón. Un abrazo muy fuerte ! ! !
Mientras leía esta entrada Gonzalo, sonaba “non, je ne regrette rien”, es curioso, no suelo oír música francesa, pero hoy me hacía falta la fuerza de la voz de Edit Piaff, y la verdad no he podido reprimir las lágrimas. Detenerme y pensar en tus padres, y en nosotros, todos nosotros, lo que hemos vivido, las cosas que han pasado.
El dolor es curioso, te ahoga hasta que no puedes más y de pronto no sabes cómo, has sobrevivido de nuevo, preparado para enfrentarte de nuevo a él. Tus padres eran todo eso, y eran mucho más, los momentos vividos son tuyos y nadie te los puede arrebatar, estarán siempre ahi, no importa lo que pase ahora, los maravillosos recuerdos te pertenencen.
Creo que tu padre fue un hombre sabio al ni siquiera intentar adaptarse a los nuevos tiempos, no sé si son peores pero yo tampoco me siento a gusto, quizá sea cosa nuestra…. uno vive la vida que quiere vivir y no la que pretenden imponer , si hiciéramos lo contrario, nuestra vida no tendría sentido porque no viviríamos para nosotros, tus padres tuvieron una vida que valió la pena ser vivida y tú y yo la tendremos, siempre y cuando no renunciemos a ser lo que somos, pase lo que pase, dure lo que dure.
Me ha encantado esta lectura Gonzalo, me ha llenado el alma, siento que la escribas desde el dolor.
Un abrazo
Lo he leído dos veces y no descarto leerlo algunas más, me resulta emocionante ese sentimiento que todos sentimos al reconocer a nuestros padres en nosotros y tu lo expresas maravillosamente.
Seguro que está orgulloso de ti, de tus viajes, de tus sueños y de que lo recuerdes con tanto amor.
Bella reflexión de la muerte de un padre amado, Gonzalo. Hablar de la muerte de alguien tan querido, es poetizar. Es un canto muy misterioso, porque la persona que muere resucita en ti, y empiezas a descubrir en ti cosas que no habías visto en él. O recordar cosas que no recordabas. En cierto modo, es un celebrar que nadie amado muere totalmente. Muere para resucitar en ti de otra manera. Así sentido, dentro de la melancolía que supone la muerte del ser amado, se puede vivir una secreta alegría por el regalo de descubrir que aún no ha sido el final…
No he podido evitar recordar una frase que escuché hace tiempo: “Precisamente por estar fuera del tiempo estará siempre ahí”. Emocionante, cómo viviste y cómo recuerdas su reflejo. Eres muy grande!