OJOS NEGROS

Supongo que es de Mali, no lo sé, también podría venir de Níger; los dos países tienen frontera con Argelia y desde allí suben muchas familias huyendo del hambre y la guerra hacia las ciudades de norte de África. Siempre tienen niños pequeños, unos niños sin una edad determinada. Niños con la infancia guardada. Por la forma de actuar, la mirada, la ropa sucia, los pasos… parecen mayores: su retrato ha expulsado los años de su mirada. O parecen pequeños por la mala alimentación, por un cuerpo acostumbrado a vivir con poco.
Aquel niño parecía mayor, su mirada era la de un hombre adulto y pedía dinero en el tranvía. Con agresividad. Se acercó a una chica con gafas de sol azules y el móvil en la mano y la agarró del brazo implorando. La chica siguió mirando el móvil sin hacerle caso y el niño empezó a gritarle. Un hombre le empujó para que dejara a la chica en paz y todos miramos desde la distancia. El niños nos miró y nos insultó con rabia, con el entrecejo fruncido y la expresión cargada de años, de todos esos años en los que no encontró cómo sacudirse el deseo, cómo imaginar la inocencia de una edad perdida antes de tenerla.
El tranvía se detiene y el niño arrastra los pies hasta la calle sin dejar de insultarnos. De otro vagón, otro niño subsahariano es arrastrado al anden por un niño grandote. La gente defiende al pequeño que, visto desde lejos, parece tener siete años. Pero no hay defensa, ya es tarde. Los años se han colado en la expresión de sus siete años y pronto será él quien baje del tranvía por la otra puerta, insultando a una mujer de gafas azules.
La inocencia se esfuma, desaparece antes de alcanzar la edad en que deberías acariciarla. Y la mirada se carga de tiempo cuando apenas has sido capaz de ver nada.
Pero no hay dos mundos, es mentira, no hay un mundo pobre que mira a un mundo rico; no hay un mundo rico que se defiende de un mundo pobre o que se compadece de él. No hay vallas ni fronteras ni lugares míseros o lugares opulentos, no hay un mal reparto de suerte ni un puñado de tragedias sobre los hombros de un pueblo perdido. No. Solo hay un mundo que se desangra, un mismo mundo que se diluye en los ojos negros de un niño sin edad.
Así es Gonzalo. La injusticia está en todas partes. Jesus de Nazaret no vino a este mundo precisamente por ser fácil.
Muy intenso el texto… complaciente de miradas profundas