DOBLAR EL SILENCIO

Son las cinco de la mañana y no consigo dormir. Intento encender la calefacción, una especie de chimenea, y no lo logro. Huele a gas, la chispa salta, no se enciende. Me desespero. Vuelvo a la cama, hojeo un libro, Mi infancia y juventud, de Santiago Ramón y Cajal. Lo dejo. Todo da vueltas. Mi última novela, la disposición de los cuadros que quiero colgar, dónde colocar el nuevo kilim, mis amigos, mi familia, la muerte… Todo se acumula con la estupidez de creer en su propia importancia. Y a estas horas, sin saber por qué, lo escribo; siento que nada importa nada. Que todo es superfluo. Apago la luz y continúo con los ojos abiertos, esperando cada uno de los sueños que trata de dar sentido a la vida; que trata de llamarla sin acabar de entender por qué; que busca doblar el silencio. Las historias que no importan, la belleza que no es, la existencia que no se habita… No queda nada, solo el vacío y yo. Pero pronto la palabra. Y enseguida los otros, el amor, la amistad golpeando con ansia de perpetuidad. Y que junto a las palabras se empeña en gritarme, en decir que el vacío no basta, que hay que seguir buscando, que hay que seguir… hoy no estoy seguro de eso. De nada, en realidad. Y añoro el vacío, la imposible nada. Y la idea de exhalar el último aliento, de quemar la tierra y apartarlo todo. Sin comprenderlo, sin llegar del todo a desearlo.
Y sobre la mesa Beckett, A vueltas quietas; Kenzaburo Oe, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura. El empeño de la carne que respira, la prisión del alma en el anhelo.
Por la ventana llaman a Dios a gritos, cuando solo se encuentra en el silencio, en ese vacío imposible, en la ausencia de todo. Ímprobos empeños en la nada, aullidos que llaman contra el silencio.
Fenomenal. Te felicito por esas bellas palabras
Que estupendo texto. Tanta imaginación y bellas palabras.