Correr sin ojos en la nuca

Contamos de veinte en veinte; pisamos con botas de siete leguas y comemos ocho helados de dieciséis sabores de un bocado. Miramos con ojos de mosca, devoramos con hambre de mantis, corremos con corazón de galgo, amamos con la urgencia de un niño y echamos de menos el horizonte. Así somos intrépidos. Así saltamos con los propósitos en los bolsillos, aplastamos las aristas y escupimos palabras a manos llenas.
Tras correr sin ojos en la nuca, reclamo un momento de silencio.
Silencio para aprender que los momentos son vidas reducidas; vidas enteras que se rompen con el círculo. Para saber que las aristas modifican la rueda del tiempo y que un momento cae desde el núcleo de la vida; que las aristas descarrilan las palabras, que revientan los propósitos y que quiebran cada giro del círculo hasta allanar el camino: momentos como vidas que giran en la eternidad.
Desde allí miramos.
Desde el silencio.
Desde allí pescamos palabras en las que nadar tratando de seguir a flote. Nada más que historias de momentos, de vidas reducidas, de aristas y tiempo incompleto.
Eso vemos; eso parece que somos, que seremos. Tiempo al tiempo.
Y al César, las botas de siete leguas.
Paremos un instante si…….
Momentos como vidas enteras. Qué gran verdad. Cierto que los momentos son vidas quebradas… A veces, en un solo instante, entrevemos la posibilidad de otra vida. Otra vida que ya no viviremos, porque en una bifurcación tomamos la dirección contraria, pero ahí está, eres capaz de reconocer esa posibilidad que estuvo en tu pasado. Reconoces a una persona sin conocerla, únicamente con una fugaz mirada sabes que has vivido otra vida en otro espacio y tiempo paralelo. Momentos que quedan grabados a fuego, pues queda el enigma de lo que ocurrió…
Solo el silencio y el paso desacelerado nos abrirán los ojos a otros mundos factibles.